Me pongo el pañuelo verde  

by | Aug 4, 2020 | A mis treintaytantos | 1 comment

A mis 21 años una compañera de oficina me pidió que la acompañara en uno de nuestros breaks a tomarnos un café. Nos sentamos a platicar y me contó que el fin de semana había ido a abortar.

“¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? y ¿De quién era?” le pregunté con el corazón muy acelerado y sobre todo lastimado. “Era de Miguel”, me contestó. Miguel era otro amigo del trabajo con el que siempre la veía platicando y me suponía que se gustaban.

Ya era muy tarde para decir algo , para convencerla de no hacerlo, para defender a esa pobre vida que no tenia nada para defenderse más que el latido de corazón.

Esa noche llegué a mi casa llorando y mi mamá solo me abrazaba. Siempre fui (y digo fui porque ahorita les cuento) mucho más mocha que mis papás. Le decía a mi mamá que yo estaba muy triste de no haber sabido antes lo que iba a hacer mi amiga y poder impedir el aborto. Ese bebé no fue culpable de ser el producto de un acto consensual e irresponsable entre dos adultos. Pensé: todo por no usar un pinche condón.

Esta reacción tiene un por qué. Crecí en una familia católica. Privilegiada porque nunca nos faltó comida en la mesa, un techo y educación. Me considero por demás afortunada de haberme sentido y sabido amada incondicionalmente. Poco se hablaba en mi casa la religión, simplemente íbamos a misa juntos desde que me acuerdo, dábamos gracias antes de comer y me enseñaron a rezar por las noches.

Desde muy pequeña me di cuenta de que soy muy espiritual y el catolicismo fue en donde por muchos años desahogué mi devoción por el amor, la paz, por la conexión con la humanidad y con la divinidad. Hasta hace poco más de 10 años he sentido como mi espiritualidad se ha expandido más allá de cualquier religión y he encontrado la divinidad y el amor en diferentes formas y fondos.

Cuento esto, porque a pesar de que nunca escuché en mi casa sobre el aborto yo formé mi opinión al respecto.

15 años después,  mi percepción de que la vida es lo más sagrado que hay no ha cambiado. Lo que sí he comprendido mejor, es lo que significa vivir para mi.

Vivir es amor y dolor. Vivir es placer y aprender. Vivir es sembrar y cosechar. Vivir sin duda es decidir.

He estado sentada en una mesa con amigas que lloran porque desean un bebe con todo su corazón y no se pueden embarazar. En otros casos, con amigas que profundamente tristes me dicen que han perdido bebes en su vientre. También, he estado sentada a lado de amigas que han abortado, y la mayoría de mis amistades hoy conocen a una mujer que ha abortado.

¿Seguimos cuestionándonos si es un derecho? ¿Si debería ser legal? ¿Si debemos de permitirlo?

No entendemos como sociedad y gobierno que los abortos ocurren y no son una cosa nueva. Aquella noche que lloraba en el hombro de mi mamá pensando que no pude prevenir un aborto, mi madre me contaba de sus compañeras que en los años 70s se las llevaban de Puebla a abortar en los Estados Unidos. No solamente porque no era legal en México, sino por el tan temido que dirán de la gente a su alrededor.

Es una realidad en clases sociales altas, medias y bajas, en familias con dinero y en las que viven en extrema pobreza. La responsabilidad del gobierno no es de avalar si esta bien o mal, sino de proporcionar a las ciudadanas alternativas de salud apropiadas para realizar un aborto seguro, legal y gratuito, si así se desea.

Eso lo decide cada mujer, pues es nuestro cuerpo y nuestra vida. La vida que hoy a mis 36 años entiendo mucho mejor y me preguntó ¿Quién era yo para convencer a mi amiga que tuviera a su bebe, no deseado y no buscado ¿Yo se lo iba a cuidar? ¿Yo lo iba a mantener? ¿Yo lo iba a educar? No, y lamentablemente con el apoyo del gobierno no contaba tampoco.

Aunque no tenemos un panorama completo del aborto en el país, se sabe se realizan que miles de procedimientos mensualmente en hospitales públicos, otros clandestinos, en casas, o en hospitales y clínicas privadas. Recordemos esto: la ilegalidad del aborto no hace que desaparezca, solo hace que se realice en secreto, en muchos casos con condiciones insalubres, causando incluso la muerte de las madres.

Yo soy mamá de dos hijos. Y amo con todo mi corazón ser madre. Lo desee y lo soñé siempre. ¿Que si entonces soy pro-choice y no pro-vida? Me preguntan queriendo ponerme una etiqueta. Hoy puedo decir que me pongo el pañuelo verde, porque soy anti-clandestinidad, soy pro-derechos de la mujer, y creo que cada mujer podemos y debemos decidir sobre nuestra vida y cuerpo. Interrumpir voluntariamente un embarazo es una decisión personal, individual, algunas veces de pareja, y debe de ser un derecho reconocido en todo México.

No podemos definir la legalidad de un tema que hoy sucede muy frecuentemente y concierne a los derechos humanos de las mujeres como un tema de religión, de moral, o del bien o del mal. La Organización Mundial de la Salud propone abordar el problema del aborto inducido con métodos inseguros para la mujer, a través de la legalización del aborto, la capacitación del personal médico, asegurar el acceso a servicios de salud reproductiva y planificación familiar.

En México el aborto es regulado por cada Estado y hay circunstancias  para no castigarse o no considerarse como delito. En Veracruz y Guanajuato, puedes ir a la cárcel por abortar y en otros como CDMX esta despenalizado desde 2007 y en Oaxaca desde 2019, hasta las doce semanas de embarazo. En 1997 se logró la legalización del aborto en 21 Estados de 32 entidades federativas de la República Mexicana con causales especificas en cada uno. (Aquí puedes ver a detalle esta información: https://andar.org.mx/aborto-legal/)

Veía las marchas del 31 de julio en redes sociales en la CDMX y Monterrey y tuve que sentarme con estos sentimientos tan intensos un par de días para por fin poder escribir lo que pienso.

Entiendo y respeto los movimientos pro-vida, pues yo también creo que la vida es lo más sagrado que tenemos y por lo que tenemos que luchar. Por eso hoy me uno a la voz de mujeres que buscamos que nuestras vidas sean reconocidas por la confianza en nuestras decisiones.

Es muy cómodo hablar, marchar y defender una postura pro-vida cuando la mayoría no estamos haciendo nada al respecto en mejora de las vidas de las mujeres y niños en México. En nuestro país se produce el 60% de la pornografía infantil de en el mundo. En 2017, México alcanzó el segundo lugar a nivel mundial de turismo sexual infantil y ese mismo año más de 70 mil niños fueron víctimas de la trata de personas. Es el país en el que niñas entre 11-15 años son abusadas todos los días por hombres adultos y el mismo México que la OCDE puso en primer lugar por embarazo infantil. En México, según UNICEF, 1 de cada 8 menores de 5 años padece de desnutrición crónica y desde 2018 hay más de 30 mil infantes en espera de ser adoptados.

Leer estas cifras me dejó temblando. Y escribir este articulo, para que negarlo, también.

Creo en los derechos y en la salud reproductiva que hoy tantas mujeres en México piden a gritos. Esto incluye el derecho de tomar decisiones sobre la terminación del embarazo sin ser discriminadas ni agredidas. Me cuesta mucho pensar en una maternidad forzada y en procrear a un ser humano no deseado, porque desde que está en el vientre percibe este rechazo por parte de la madre. Para un bebe que es traído a este mundo por padres desinteresados en formarlos o amarlos, es mucho más difícil salir adelante en la vida.

No debe de ser una pelea entre dos grupos, considero que todas debemos de ser tomadas en cuenta y escuchadas. Sobre todo, debemos generar acciones para tomar decisiones que beneficien a la mayoría de las mujeres mexicanas. Para las mujeres en especial, la posibilidad de controlar las decisiones sobre nuestra salud reproductiva significa que podemos controlar nuestro destino, un elemento esencial para una sociedad igualitaria.

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