Dicen que es muy bueno llorar. Muchos lo hemos escuchado. Espero que tanto hombres como mujeres (pero ese es tema para otro día). Yo nunca había comprendido de fondo el por qué derramar lagrimas es algo tan positivo, hasta hace unos meses.
Al nacer un bebé, el sonido de su llanto es uno de los primeros síntomas que se espera para saber que su organismo funciona correctamente. A lo largo de nuestra vida todos lo hacemos, lloramos a causa del dolor físico o emocional. Es parte de un funcionamiento psicofisiológico normal.
El Dr. William H. Frey, un conocido neurocientífico y bioquímico americano, escribió un libro titulado: “Crying: The Mystery of Tears” en el cual explica que segregar lágrimas parece tener una función analgésica y paliativa del dolor. Detalló en su publicación que cuando lloramos ante situaciones emocionales, propias o ajenas, nuestras lagrimas sacan fuera de nuestro organismo una dosis de cloruro de potasio y manganeso, endorfinas, prolactina, adenocorticotropina y leucina-encefalina (un analgésico natural).
Llorar es una descarga emocional. Cuando lo hacemos generalmente es porque estamos tristes, tenemos coraje, miedo, frustración, llámale como quieras; llorar para mi es cuando la mente y cuerpo se conectan a un nivel emocional y maravillosamente fluye agua salada por mis ojos, como un desahogo silencioso ( a veces no tanto). Y eso es sano. Me hace sentir mejor.
Como la palabra desahogo lo dice, esas lagrimas tienen que salir para no ahogarse dentro de nuestro ser.
Pero ¿qué pasa si no sabemos que estamos tristes o enojados con algo o con alguien? ¿Qué pasa si no lloramos porque desconocemos por completo cómo nos sentimos? Es ahí cuando empiezan los problemas.
Más de 5 personas queridas, cercanas a mi, me contaron que empezaron tratamiento psicológico, y una psiquiátrico en el 2018. Además de terapias, constelaciones, thetahealing, y alguno que otro tipo de sanación que no recuerdo.
Para mi hace unos años, era un mundo desconocido por completo. Aunque siempre he creído en que funcionan. Nunca he sido escéptica, sin embargo tampoco recuerdo de algún familiar o amigo yendo a terapia. En mi familia era un tema desconocido, rara vez mencionado, pero no tabú. Mi razonamiento siempre fue que ir con un psicólogo era innecesario al menos de que hubiera un shock o trauma. No pensaba que si llevabas una vida “normal”, ir con un especialista de salud mental te serviría de algo.
Hasta que justamente por estas fechas el año pasado se me empezaba a “dormir” mi brazo y mi pierna izquierda, sentía hormigueos constantes. Para como soy, ya me estaba imaginando lo peor, de lo peor. Resulta que estaba visitando Monterrey, así que después de una semana de achaques, fui a cenar con dos de mis mejores amigas (A y K) en la ultima noche de mi viaje. Comienzo a contarles mis síntomas cuando veo que una de ellas empieza a esculcar su bolsa mientras yo pensaba que le estaba importando un cacahuate lo que le estaba contando. “Mira lo que traigo aquí” dice K, desdoblando una hoja blanca un poco arrugada. “Son notas de mi terapia de esta semana”. Ella inició tratamiento psicológico a raíz de un asalto y recientemente terminó después de alrededor de 5 años que le cambiaron la vida. Mejor dicho, le mejoraron su vida. Pero como esta no es su historia (aunque tal vez esta mas interesante que la mía), no me corresponde a mi contarla.
En la hoja de notas acomodada en medio de los platos de sushi pude leer una lista de síntomas psicosomáticos, (psico-¿que? Pregunté en mi cabeza). “Son manifestaciones físicas de tu cuerpo de que algo emocional no esta bien” me aclaró K al ver mi cara desconcertada. En la lista se leía claramente: hormigueo de brazos o piernas.
No se qué me impresionó más, que yo pudiera pronunciar bien la palabra psicosomáticos, que mi amiga pudiera escribir bien la palabra psicosomáticos en sus notas o la “coincidencia” de contármelo el día que me urgía escucharlo.
Ni yo me la creía ¿Así o más clara la señal? A media noche busqué en la RAE la definición de psicosomático: Que afecta a la psique o que implica o da lugar a una acción de la psique sobre el cuerpo o, al contrario. En otra página de google leí: Cuando el cuerpo “habla”. Ok, ya entendí. Pero ¿qué me quiere decir mi cuerpo? Ahí la cuestión.
Regresé a mi pueblo tejano, hermoso claro, para que no se sienta conmigo. Y busqué a la persona que mucha gente me había recomendado ya y había visto resultados en sus vidas. Para no hacer el cuento largo y sin ahondar en temas personales, en una sesión muy intensa de theta healing, y con varios ejercicios de tarea, mis síntomas se quitaron. Había algo que yo necesitaba saber. Estaba atravesando por una situación familiar que yo justificaba, normalizaba… porque no creía realmente que me afectaba. Verdaderamente no lo sabía, por ende no lo aceptaba.
De las 5 personas que el año pasado iniciaron su tratamiento psicológico, todos fue por achaques crónicos: una fue por migrañas terribles, otra porque tuvo una separación de pareja, otro porque después de hacerse análisis y estudios de todo tipo por tener presión alta, dolores de pecho intensos y demás, finalmente un doctor le recomendó una terapeuta, porque tal vez de ahí podía llegar a la raíz del problema que ningún aparato o análisis de sangre le podía encontrar. Otra por ataques de pánicos constantes y otra porqué sentía que lo necesitaba. Amigos y familiares en España, Mty, CDMX y The Woodlands. En diferentes ciudades, de distintas edades, estados civiles y estilo de vida. Todos con vidas “normales” como yo pensaba cuando era apenas una niña. Vidas que no necesitaban a mi parecer tratamiento psicológico. Y todos y cada uno de ellos han mejorado su estado físico y mental. Todos le adjudican a su terapia estar bien.
Lo que he aprendido es que no es algo que te ayude meramente por ir a una sesión semanal. El trabajo es íntimo, es desgastante y agotador, dentro y fuera del consultorio. Es darte cuenta de mucho, es hacer consiente lo que no conocías de tu pasado. Es sumergirte sin saber nadar para descubrir en el agua la manera de mantenerte a flote.
Mi grupo de amigas desde la primaria es de 23 mujeres. Tenemos un grupo de Whatsapp en donde todas aportamos y nos seguimos la pista. Cada una comparte de sus propios intereses. Hace unos días una de ellas comentó algo de un seminario gratis por Deepak Chopra y el sonido de los grillos se hizo notar en el chat, con excepción de dos de nosotras que contestamos. Así que se me ocurrió abrir un chat para las que nos interese un estilo de vida encaminado al soul-searching. Extendí la invitación a las que quisieran estar en ese chat para no bombardear ahí de temas de bienestar mental. Personas que nunca pensé les interesaría ese tema me pidieron que las agregara, y es que no sabemos por lo que pasan las personas que creemos conocer. “Todos tenemos nuestras batallas” como bien me dijo mi cuñado alguna vez. Lo que tenemos que hacer es buscar la manera de salir victoriosos, intentando poco a poco todos los días.
Por mi parte, inicié el ciclo de meditaciones de Deepak Chopra y me volví su fan. Lo sabía hace mucho, y siempre me ha gustado el yoga, meditar, pero esto para mi fue más profundo y me dio el empujoncito para incluir la meditación en mis rutina diaria.
Después de aquella sesión que me curó mis achaques una vez, ya he tenido otro par de experiencias iluminadoras y sanadoras completamente inesperadas.
Escribo esto porque no se qué esta científicamente comprobado o no, pero ya hay evidencia empírica en mi vida de que te curas de muchos males hablándo de tus emociones y trabajándolas. En inglés le llaman anecdotal evidence. Y en mi vida y en la de la gente que me rodea, ya hay prueba suficiente.
A corto y a largo plazo el beneficio es inmenso. Ayuda a prevenir enfermedades y nos da una vida más en paz. En paz no por evadir, sino por enfrentar. Por tener la valentía de dialogar, de indagar. El coraje de llorar, para poder reír. Pero sobre todo para intimar, conocernos más y poder dejar ir. Vivir en armonía se puede alcanzar teniendo el valor de ir hacia adentro, de observar la mente y el alma, de dejar de victimizarnos o de justificar y más bien enfrentarnos con nuestro peor enemigo y mejor amigo, nosotros mismos.