Crecí en una sociedad católica y conservadora. Rodeada de compañeros en su mayoría de ideas fijas y prejuicios preinstalados por generaciones anteriores. Creí que pensaba igual, que me impresionaba lo mismo que a ellos, hasta que me di cuenta que no.
Con el paso de los años fui encontrando mi identidad y descubriendo diversos puntos de vista. Al salir de mi burbuja, a viajar o para estudiar en el extranjero, logre crecer en lo personal. En mí hubo una evidente evolución, cada afirmación o negación que otorgaba a cuestionamientos de mi crianza sentía como si un nervio dentro de mi cabeza se fuera perforando con pequeños hoyos causando estallidos en mi cerebro.
Me conecté con el ser humano que soy y abandoné las expectativas que yo misma me impuse respecto a lo que tenía que ser, hacer o pensar. En general, no estaba tan alejada de los valores y la moral que me enseñaron mis papás, sin embargo comencé a apreciar otras ideas y enfoques.
En cuanto a la religión, llegué a una conclusión un poco drástica, pero a mis casi 35 años esto es lo que predomina en mi circulo de confianza. Crees en Dios, en la sabiduría de Star Wars o en ti mismo. Esta última acompañada de la bondad del universo.
A mis hijos, sin afán de confundirlos, les enseñamos un poco de los tres. Pero con lo que más les enseño, es como me enseñaron a mí, con el ejemplo.
Las necesidades morales de nuestra generación son distintas a las que tuvieron nuestros padres y las que nuestros hijos tienen son distintas también a las que vivimos en nuestra infancia. Hay más igualdad entre hombres y mujeres, pero aún no compartimos todos los derechos, hay más apertura en temas de sexualidad, pero todavía no más aceptación.
Es por eso que la empatía y la tolerancia están muy arriba en mi escala de valores personales y son los que busco transmitir a mis hijos. Si una persona piensa o vive diferente a nosotros no es una persona rara o complicada. Simplemente es una persona diferente a ti, y de eso esta hecha la vida. Variety is the spice of life. Un equipo de trabajo o grupo de amistades compuesto de gente con diversas ideologías son los más enriquecedores porque todos de alguna manera aportan para hacernos mejores. Inculcando esto, además fomentamos que si nuestros hijos tienen ideas distintas a las nuestras cuando vayan convirtiéndose en adultos, sabrán que como sus papás los escucharemos y respetaremos.
Otro punto en el que buscamos predicar con el ejemplo en mi familia es en que el valor de una persona es el mismo, siempre. Sin importar si eres mujer o eres hombre, tu calidad económica, color de piel, idiosincrasia, preferencias etc. A pesar de las diferencias que tengamos nuestra valía es igual y por ende debemos honrarnos y apreciarnos por igual. Si desde que son niños enfatizamos en esto estaremos plantando semillas en sus corazones de aceptación, pero sobre todo, de caridad y compasión, semillas que en el interior de muchos germinarán y darán frutos en una sociedad que desesperadamente lo necesita.
Hablar con nuestros hijos de situaciones actuales con naturalidad, es un tema que a todos los amigos papás con los que platico nos da cierta incomodidad. Tal vez unos piensan que algo no es normal, y lo entiendo. Ya nosotros tenemos creencias y paradigmas bien establecidos, pero no quiere decir que algunos temas no sean una realidad y que esa realidad a los demás no les afecte.
Hace unos meses platicaba con una persona muy querida. Orgullosa me decía, “Yo claro que les enseño a mis hijos que hay de todo tipo de personas, pero que lo normal es que se casen hombres con mujeres, como su papá y yo”. Yo con mucha delicadeza le expliqué que, en mi opinión, eso es parte de un problema, no solo en casa, si no en la sociedad. El creer que aceptamos, pero realmente no lo hacemos. Si nosotros les decimos a nuestros hijos que esta mal y no es natural enamorarse de una persona del mismo sexo, si alguno de ellos es homosexual o transexual, sus primeras inquietudes serían:¿Entonces por qué no soy normal? ¿Por qué eso que siento está mal? No voy a aceptarlo. Lo tengo que reprimir.
Lo normal, para mí, es lo auténtico. Es lo que cada persona es, siente y piensa, eso es lo normal.
Lo mejor sería que como padres de familia, podamos demostrarles a nuestros hijos que los queremos, incondicionalmente. A pesar de que nos enojemos con ellos, que no pensemos igual que ellos, que no tengan las calificaciones que esperamos o los hobbies y profesiones que deseamos. Si tan solo ellos saben que los queremos por encima de todo, serán más abiertos con nosotros, honestos y dispuestos a expresarse, estaremos más conectados con ellos en la pre-adolescencia, adolescencia y siempre.
Un recurso que me ha servido para que mis hijos absorban una enseñanza es a través de cuentos, simplemente les platico de algo que me ha pasado o que he leído. De esta manera, comparan sus historias personales con las que han sucedido a otros también y se sienten acompañados en ese camino.
Esto último me recuerda a una anécdota de hace ya algunos años. Cuando un amigo de Alejandro, mi esposo, le preguntó “¿Cómo puedes leer tanto? ¿Por qué lo disfrutas mucho?” Este amigo es un excelente arquitecto, una persona sumamente creativa, “Me distraigo rápidamente cuando empiezo a leer”, le decía él, para aclarar el motivo de su pregunta. Alejandro le contestó: “Siempre me ha gustado. Es como tener una conversación contigo mismo. Te contestas a ti mismo sobre problemáticas que están teniendo los personajes del libro y así te conoces más a fondo. ¿Qué opino de este tema? ¿Cómo reaccionaría yo ante esta situación?”
Y así como la lectura propicia estos resultados, nosotros debemos de ser así con nuestros hijos; tratar de no imponerles deducciones si no más bien intentar guiarlos a que ellos lleguen a sus propias conclusiones. Es muy difícil, lo sé. Pero mientras más pronto lo hagamos en su desarrollo, les estaremos ayudando a saber quiénes son realmente, y ese es un regalo inigualable.
Nuestra voz como papás se convierte en la consciencia de nuestros hijos. Entendamos la magnitud de esta responsabilidad de enseñarles a nuestros hijos con gran cautela lo que pensamos porque el mundo necesita urgentemente seres humanos más empáticos, más comprometidos y más consientes de la dignidad humana.
Brené Brown (@brenebrown) Researcher y Storyteller, como ella se describe, es una mujer a quién admiro y sigo. La escuché hace poco en un podcast de Dax Shepard: Armchair Expert: Live From Austin. Hablaba de por qué iba con frecuencia a la iglesia y me identifiqué mucho con esta frase:
“I want to go somewhere in my life, to experience collective joy and to believe there’s something greater and bigger that brings us together, and for me that is God…and I want to share that with people. I don’t need a congregation or some kind of convention of people to call together a meeting to see if we should ordain gay, lesbian, transgender, queer people, I don’t need to talk about that. If we are not fighting for that, then you are not on God’s side.”
*El 16 de noviembre fue instituido por la ONU como el Día Internacional de la Tolerancia. Una de tantas medidas de la Organización de las Naciones Unidas en la lucha contra la intolerancia y a favor de la aceptación de la diversidad cultural.
Any como siempre aportas mucho a mi ❤️. El título me llego al alma!! Tq!!!