Bowl de palomitas para 2

by | Jun 27, 2019 | A mis treintaytantos | 1 comment

Heat – Auto / On

8 pm – 24 °C

9 pm – 19 °C

10 pm – 26 °C

10:30 pm – 17 °C

12 am – OFF

1 am – ON

Está claro que el mayor problema que ocurre en mi matrimonio es la climatización. No hablo de aclimatarte a alguna circunstancia en especial (ese es tema de otro día), más bien me refiero a la que nos causa peleas, separaciones de cuarto en las madrugadas y noches de frío para mi o dolores de cabeza y resequedad en la nariz y boca para él.

Cuando tenía 22 años estudié en Washington, DC por una temporada. Una de mis compañeras, con quien compartía cuarto, era muy calurosa y odiaba la calefacción; yo, todo lo contrario. Recuerdo pelear en silencio todas las noches frías de enero y febrero ajustando cada una, cada hora, la calefacción a nuestra preferencia.

Una noche me desperté a las 3 am con el ruido de las ambulancias que escuchábamos todas las noches, pero esta vez el sonido fue más agudo y venía acompañado de un dolor de garganta. Al moverme para acomodarme en la almohada, me di cuenta de que la ventana del cuarto, la que estaba justamente arriba de mi buró, estaba completamente abierta. Caía aguanieve del cielo mientras afuera estábamos a menos de 0° grados. A partir de ese momento, la guerra entre nosotras fue oficialmente declarada.

Juré nunca vivir con alguien que tuviera su termostato interno tan diferente al mío. Y heme aquí. Más rápido cae un hablador que un cojo.

Últimamente he tenido esta pregunta en mi mente:  ¿Por qué nos resulta tan difícil compartir una cosa o un espacio con alguien…sobre todo compartir una vida?

Siempre compartí toda mi ropa con mi hermana, además de nuestra recamara, aunque ella es 7 años mayor que yo. Mis hermanos compartieron un carro durante años. Hubo peleas, negociaciones y momentos incomodos, pero sobrevivimos. Desde hace meses mis hijos empiezan a compartir la ropa porque hay algunas prendas que les quedan a los dos y no les encanta, están buscando la talla para ver de quien es. Cada uno quiere lo suyo, exclusivamente. Hoy se les hace difícil compartir hasta un plato de palomitas.

Cuando yo tenía su edad (5 y 6 años) , estaba acostumbrada a que los domingos de flojera mis papás servían botana y nos poníamos a ver los deportes por preferencia de mi papá o alguna hallmark movie que escogía mi mamá. La botana consistía en 3 ó 4 platos hondos de papitas, zanahoria, palomitas… y todos compartimos de un solo plato. Al contarles esta anécdota a mis hijos parecía que les estaba contando una historia de fantasía, sus gestos demostraban cómo les sorprendía que los 5 compartíamos el mismo bowl de palomitas. Me dejaron pensando que algo de eso no estaba bien.

Higiénicamente está bien tener tu propio plato, pero socialmente no. Porque el plato de palomitas años después se convierte en tener que compartir un cuarto y un baño con alguien más, una oficina, una mesa en un restaurante (muchos lugares deliciosos tienen mesas comunales), una cama con tu pareja. Si alguien está agarrando palomitas del plato, tú no puedes agarrar, tienes que esperar; es igual en una conversación, en el tráfico, en la vida. Y si compartes de un solo bowl de palomitas para 2, tienes que estar suficientemente cerca para escuchar hasta como mastica la otra persona, y  la manera en que comemos denota nuestra educacion, ademas de un sinfín de consideraciones que nos damos cuenta cuando alguien esta cerca o dentro de nuestro espacio vital.

Mis dos hijos comparten su cuarto y espero lo hagan por mucho tiempo. Hay algo en mí que cree que esa incomodidad de no tener todo solo para ti te hace más empático, más noble, más justo y brinda a través del tiempo madurez que se trabaja desde la infancia. Mi razonamiento es similar a la de no tener todo lo que deseas desde que eres un niño. Cada vez que leo biografías de personas que han sido a mi parecer exitosas personal y profesionalmente en su vida son personas que les faltó algo en su infancia. Que su familia no tenía mucho poder adquisitivo, algunos incluso no tenían mucho dinero para comer o estudiar. A estas personas también hay algo que las caracteriza: a pesar de no tener mucho poder económico o ellos sentir que les faltaba algo… tenían amor incondicional de alguno o ambos de sus padres.

Pero volviendo al tema…cuando salimos de viaje en familia, yo quiero ir a todo y comerme el mundo a mordidas, hasta que una vez mi esposo, aquel que tiene el termostato interno descompuesto, me dijo “No importa si dejas algo para después…así te dan ganas de regresar”. No sé qué tanto me identifico con ese punto de vista, pero me gusta. Así pasa cuando le damos todo a nuestros hijos, satisfacemos todo, de más, no les damos oportunidad de tener hambre, en el sentido figurativo claro.

Creo que, si a mis hijos les frustra tener que compartir un aparato electrónico, o decidir juntos que juego de mesa van a jugar o que actividad van a organizar arriba del brincolín, eso los va a hacer más tolerantes a vivir con más personas y a compartir su vida con alguien, si es algo que desean hacer. Sobre todo les dará el conocimiento por experiencia de que todos somos diferentes y que aún podemos estar juntos, querernos y respetarnos.

En ocasiones me siento abrumada al pensar en todas las lecciones que deseo inculcarles a mis hijos, por lo pronto este fin de semana empezaré con el plato de palomitas.

 

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