Tengo ganas de gritar
de gritar tan fuerte para despertar a mis papás,
que mi hermana lo oiga en Londres y mi hermano en Caracas.
De gritar hasta quedarme afónica, que no pueda hablar más.
Escribir sería mi única salvación.
Gritare tan fuerte que los ángeles se asustarán y bajarán,
sino es que ya tengo varios a punto de dormirse en mi cama, acompañándome.
Gritar, no de rabia, no de tristeza, no de felicidad,
no para desahogarme, no para hacerme notar.
Gritar para Gritar.
¿Qué, no se puede?
¿Siempre tiene que haber una razón?
Tal vez un psicólogo diría que sí.
Pues yo digo que no.
Sería un grito sincero
Un grito de libertad
Un grito largo, fuerte, lleno de vida,
de esperanza, de mí.
Lleno de mí.
Un grito que ya hice, sin tener que hablar.
Un grito mágico.
Un grito silencioso.
Un grito que escribí.
—-
Esto lo escribí en Diciembre 5, 2002. Lo publico hoy porque mientras buscaba en mis libretas y diarios viejos para ver que subía como post de #tbt me tope con este y me recordó a una amiga. Ella es mi tocaya y en noviembre del año pasado (por las fechas de Thanksgiving) escribió un texto en FB de aprendizajes de la vida y de las enseñanzas que particularmente le habia dejado el mes de noviembre… su reflexión me gusto mucho. Cuando la felicité y le dije que me había encantado leerlo recuerdo que me dijo algo que resumo así: “Tenía muchas ganas de gritar, estaba muy desesperada, lo escribí y se me paso”.
Hace 15 años me identifiqué con ella.